Lloraría sonriendo.

La taquicardia de anoche llevaba tu nombre
y lo supe conforme entraste por la puerta.

La vida venía con ganas de revolución
y aunque no te dieras cuenta,
pusiste mi vida patas arriba con tu sonrisa de oreja a oreja.

Te encontrabas tan lejos y a la vez tan cerca,
que no sabía si acercarme o seguir mirándote
con detalle para tenerte entero en mi cabeza.

Te alejabas y parecíamos Europa y América
y entre nosotros un millón de personas
haciendo de océano Atlántico.

Te adueñaste de mis ojos y parecías el norte
que busca siempre mi brújula. Me perdía
en tu cuerpo, tu mirada, en nuestro choque visual
de forma disimulada...

Dudé un segundo pero me lancé al vacío
que existe entre decirte algo o no decirte nada,
porque sabía que si te perdía de vista,
me quedaría con las ganas.

Y me di por perdida porque me sentí ganada
y pensé que te había perdido entre el océano.

Pero entonces, entre la gente, entre todo ese Atlántico
que había entre nosotros, tus ojos buscaban algo...
Una luz. Y era yo. Y eras tú.

Y me invitas a una copa y yo te digo que no bebo,
y me callo que podrías invitarme a bailar
o a cualquier cosa menos eso.

Y me preguntas y no sé qué contarte
porque tengo tu sonrisa delante y me desconcentro
y sueno estúpida y siento que te quiero.

Y escucho tu risa y acomodo las mejillas en tu barba
entre tus dos besos y se me ancla tu sonrisa ancha
y se me queda anclada durante no sé cuánto tiempo.

Permanente, como un rotulador que no se borra.
Como te recuerdo, ahora ya inamovible
y aún así, dentro de mí, en movimiento.

Anoche no sabía qué decirte,
no acostumbro a tenerte delante y no morir en el intento.
Pero si me dieras parte de tu tiempo,
te contaría cuentos para no dormir
y si estuvieras todo el rato cerca,
lloraría sonriendo.

Comentarios

Entradas populares de este blog

En el centro.

Por escuchar tu voz.

Las batallitas.