Empezar desde el principio.

"Inventando una mala puntería adrede para atravesarte 
con su flecha puntiaguda el cuarto y quinto espacio intercostal,
 espera emocionado Cupido a que caigas al suelo para 
arrancarte de cuajo la flecha afilada que te ha clavado 
en el corazón sin ningún cuidado.
Se ríe mientras te desangras en el suelo, 
convulsionando y perdiendo el juicio.
Agita sus alas de demonio hacia un nuevo 
destino. Hacia una nueva víctima a la 
que poder apuñalar con su flecha de 
amor. Así es Cupido."


Dice un proverbio chino que las personas se arreglan todos los días el pelo, y que por qué no el corazón. Y yo respondo que si pudiese arreglarme el corazón, me lo quitaría. Que el pelo no, pero el corazón sí que duele.

Los niños aún se siguen emocionando cuando ven a los aviones volar alto sobre el cielo azul. Todavía siguen soñando con ser algún día valientes dejando la capa al final del todo, dentro del armario. Superhéroes de día y de noche, villanos. Aún siguen soñando con ser más fuertes que las pesadillas y que los monstruos malvados.
Menos mal que la música nos sigue salvando. Sin ella, creo que dejaríamos de tener sentimientos. Tal vez dejaríamos de ser humanos. Las niñas bailan con sus faldas de volantes al ritmo del estribillo. Todos saltan al mismo compás y son. Lo mejor es que sólo tú escuchas la canción y ellos parece que están dentro de tus oídos.

No entiendo a esta sociedad que no vive la música. Que se mantiene tranquilamente sentada o de pie sin intentar disimular que por dentro se está imaginando en el mejor concierto de su vida. Que por dentro imagina que es el batería, el bajista, el guitarrista, el cantante y hasta la persona que hace los coros. Incluso, los bailarines si son capaces de imaginar un poco más. Y si no viven la música, ¿cómo voy yo a pedirles que vivan el amor? Y es que he estado observando a las personas sin que ellos fueran conscientes, y no sé qué hacen más falta, si cerebros o corazones. O directamente, los dos.

En otro orden de cosas, creo que la luz es alguien. Y que la oscuridad llega cuando ya no queda nadie. Y es que qué perdido estás cuando no tienes un hogar humano. Cuando dejas de pertenecer a algún lugar y sientes que no encajas en ningún lado.
Nunca he aprendido a subir a la superficie antes de quedarme sin oxígeno. Supongo que por eso me hundiste y me cuesta tanto respirar por mí misma. Tengo los pulmones encharcados del mar de tu cuerpo porque me inspiraste y me retuviste en tus pulmones hasta que me ahogué y perdí el conocimiento.

Y ahora, cuando paso por tu casa, espiro de golpe para que no se me meta nada de tu aire en mis pulmones, si tú ya ni siquiera reconoces mis pasos. Perdimos la guerra, pero al menos nos teníamos a ambos. Y al cabo de un par de segundos de reconocer la derrota, sacabas de un bolsillo y agarrabas con una mano la última granada que te habías guardado. Me lanzaste la granada al corazón y te sacudiste el polvo de los hombros. Me habías vuelto a vencer y yo había vuelto a caer en tu precipicio. Todos son abismos y ninguno es puente, ahora me digo. Llego tarde, como siempre te he dicho.

Déjame decirte ahora que te escribo, que la ficción también susurra al oído en francés pero no me eriza tanto la piel como tú. Que pone miel en los labios, una venda en los ojos y atraviesa por la espalda con un puñal el corazón. Déjame decirte ahora que te pienso y no te miro, que estoy escribiendo y mimándote a la vez que mimo a las palabras. Para que no se escondan ni tengan miedo de salir. Porque en esta vida hay que mimarlo todo... Hasta el corazón. Y no recuerdo haber tocado con más cuidado algo que tu propio cuerpo. Parecías de cristal, frío como el hielo.

A veces lloro tan poco que me sobrecargo como las nubes, me condenso. Me vuelvo muy gris y lluevo todo lo que considero necesario. Dicen que el día que dejamos de ser nosotros, fue el día más lluvioso del año. Acostumbrada a vivir en el suelo, me pusiste alas con tu amor de careta. Te marchaste sin enseñarme a volar ni a cómo aterrizar sin morir. Cada hueso roto me recordaba a ti. No niego que fuera el día más lluvioso del año. Lloré hasta volver a nacer. Volver a vivir.

Y aunque nuestros puentes estén cerrados por derribo y los expertos recomienden que no volvamos a intentar herirnos, hay ladrillos tuyos para construir un muro aquí. Junto al mío. Sin ellos, este muro se derrumbaría. Tú siempre tan esencial para los muros. 
Tú siempre tan esencial para la vida.

Y aunque nadie nos pertenezca y no pertenezcamos a nadie,
si tú quisieras pertenecerme, yo podría pertenecerte a ti.
Y podríamos pertenecernos a nuestra manera
y sólo nosotros lo entenderíamos al fin.
Porque sería capaz de reducirme a tamaño microscópico por ti,
para bañarme en tus ojos y que se joda el mar.

Así que, déjame decirte que uno se acostumbra a que una persona no esté.
Pero el vacío que deja esa persona... Ese vacío... Jamás se vuelve a llenar. Ni aunque lo intente.
No consigo cerrar tus heridas ni con alcohol ni saliva.
No consigo olvidarte ni siquiera con medicinas.

Por eso, por favor, quédate.
Olvidemos todo lo ocurrido,
porque lo mejor que puede ocurrirnos ahora
es que volvamos a empezar 
desde el principio.

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