Trágico Cupido.
Cupido se enamoró de una joven
serpiente acuática llamada Dánae
de cabellos rojizos que bailaba
por las venas de su sangre.
Dánae era risueña, complicada,
perezosa, alocada, de larga y roja
melena y labios color rojo carmín.
Le encantaba robarle las flechas
a Cupido y dispararle en el corazón
como si éste fuera una diana.
La joven Dánae soñaba con convertirse
en una famosa bailarina de París
y en ser la musa de los pintores
y poetas que potencian su arte
sobre el río Senna. Le encantaba reírse
de las mejillas sonrojadas de Cupido cuando
ella le hablaba, soñaba despierta
o tarareraba alguna canción en francés.
Cupido se encontraba perdida
y locamente enamorado de la joven
de cabellos rojizos, pero ella
para su desgracia,
no creía en el amor.
Ni mucho menos en el de Cupido.
Éste intentó atravesarla con sus
flechas y en vez de enamorarla,
la mató.
A pesar de apuntar a su corazón,
su falsa buena puntería alcanzó
la cabeza de la joven y la atravesó.
Esta vez ella ya no bailaba sobre las
venas del joven Cupido,
sino la sangre de ésta era ahora
la que bailaba reptando como una
ágil serpiente sobre su piel
a la vez que sus lágrimas
brotaban de sus ojos como ríos.
Cupido jamás se perdonó por semejante
final y maldijo al amor, castigando
al resto de mortales con su nefasta puntería
a enamorarse de amores no correspondidos.
Con el transcurso del tiempo,
Cupido acabó dándose cuenta de que
fue egoísta por su parte desear que la joven
y risueña Dánae le amase.
La llegó a desear tanto que nunca la olvidó
pero fue consciente a partir de su pérdida,
que habría sido feliz sólo con verla
reír o bailar. Aunque ella nunca le amara,
ni él pudiese besarla, ni tocarla,
ni mucho menos dormir con ella.
Con el transcurso del tiempo
Cupido acabó dándose cuenta de que habría
sido feliz con tan sólo verla respirar.
Viva, alegre,
tal y como era la bella y joven Dánae.
serpiente acuática llamada Dánae
de cabellos rojizos que bailaba
por las venas de su sangre.
Dánae era risueña, complicada,
perezosa, alocada, de larga y roja
melena y labios color rojo carmín.
Le encantaba robarle las flechas
a Cupido y dispararle en el corazón
como si éste fuera una diana.
La joven Dánae soñaba con convertirse
en una famosa bailarina de París
y en ser la musa de los pintores
y poetas que potencian su arte
sobre el río Senna. Le encantaba reírse
de las mejillas sonrojadas de Cupido cuando
ella le hablaba, soñaba despierta
o tarareraba alguna canción en francés.
Cupido se encontraba perdida
y locamente enamorado de la joven
de cabellos rojizos, pero ella
para su desgracia,
no creía en el amor.
Ni mucho menos en el de Cupido.
Éste intentó atravesarla con sus
flechas y en vez de enamorarla,
la mató.
A pesar de apuntar a su corazón,
su falsa buena puntería alcanzó
la cabeza de la joven y la atravesó.
Esta vez ella ya no bailaba sobre las
venas del joven Cupido,
sino la sangre de ésta era ahora
la que bailaba reptando como una
ágil serpiente sobre su piel
a la vez que sus lágrimas
brotaban de sus ojos como ríos.
Cupido jamás se perdonó por semejante
final y maldijo al amor, castigando
al resto de mortales con su nefasta puntería
a enamorarse de amores no correspondidos.
Con el transcurso del tiempo,
Cupido acabó dándose cuenta de que
fue egoísta por su parte desear que la joven
y risueña Dánae le amase.
La llegó a desear tanto que nunca la olvidó
pero fue consciente a partir de su pérdida,
que habría sido feliz sólo con verla
reír o bailar. Aunque ella nunca le amara,
ni él pudiese besarla, ni tocarla,
ni mucho menos dormir con ella.
Con el transcurso del tiempo
Cupido acabó dándose cuenta de que habría
sido feliz con tan sólo verla respirar.
Viva, alegre,
tal y como era la bella y joven Dánae.
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