Relato de un baile al que tampoco apareciste tú.

"Nos vamos porque nadie nos dice:
 "por favor, quédate un poco más"
 y no porque de verdad queramos irnos.
 Vayámonos porque realmente queramos 
irnos. Y digámonos:
Adiós."

Hace unos días una casa tapiada me partió el corazón. Todos sus agujeros hasta el de la puerta estaban tapados, pero por dentro la casa estaba completamente vacía.
Me recordó a aquellos días en los que uno se encuentra tan vacío que por mucho que alguien le abrace, hay vacíos internos que son imposibles de llenar. Y esos vacíos, arden al respirar.

Creo que las casas deberían empezarse a cubrir por dentro, como las personas. Curar cada grieta interna y más tarde, las externas; pues las internas son las más dolorosas.

Verme reflejada en aquella casa al borde del derribo me rompió el corazón.

Recogí los pedazos rotos, los guardé en el bolsillo derecho de mi chaqueta y seguí caminando por el callejón que lleva a la catedral en la más absoluta soledad y oscuridad. Estoy acostumbrada a recoger los pedazos de mi corazón y volver a pegarlos. Estoy tan acostumbrada que conozco cuál es el mejor pegamento y dónde va cada trozo.

Creo que de tanto romperse y caerse al suelo, he ido dejando minúsculos fragmentos de mi corazón por el mundo.

Recorrí callejones en soledad mientras la música a través de mis oídos hacía bailar a todas las células de mi cuerpo y hacía viajar a mi cabeza a otra parte.

Vi casas antiguas que seguían en pie, valientes. Me recordaron a mí cuando te veo en el bar y no me rompo. Salgo por la puerta entera, valiente. Y a la vez cobarde por no decirte nada, pero no seré yo quien hable.

Te veo en el bar, a lo lejos. Te miro, te dejo de mirar, te vuelvo a mirar y así constantemente sin que tú lo notes. Tú, en cambio, no sé si me miras a mí o simplemente miras en mi dirección porque hay algo o alguien detrás de mí.

Te desabrocho la camisa de cuadros botón a botón delicadamente con la mirada mientras me muerdo el labio. Y tú, me bajas la falda de flores con una sonrisa pícara desde la otra punta del bar, sin moverte.
Sales del bar como si nada hubiera ocurrido. No echas la vista atrás, no te dejas nada. Ni siquiera la camisa que te acabo de desabrochar con la mirada.
Salimos, cada uno por su lado, sin recuerdos. Te vas olvidándote de que me dejas atrás. No te giras para verme por última vez y así recordarme en lo que queda de noche.
En cambio yo, lo haría tres veces para que te dieras cuenta de que eras tú a quien todo el rato estaba mirando.

Como siempre, yo siento más. Y tú no sientes lo mismo porque ni siquiera me miras.

Entro en otro bar para olvidarte. Pido una cerveza y luego otra para que el alcohol te saque de mi cabeza. Y de repente, ese estúpido olor a tu colonia viaja por el aire hasta mi nariz. Ese estúpido olor que hace que me recorra un impulso eléctrico desde los dedos de mis pies hasta la cabeza, acelerando mi corazón. Pido otra cerveza pero no consigo olvidarte. Es más, me acuerdo todavía más de ti.

Tal vez el alcohol no cure los males. Tal vez el alcohol no cure el amor, sino que hace sentir el verdadero dolor. Y el amor duele, lo juro.

De pronto, suena mi canción favorita y giro mi cabeza 180º buscando el lugar del que proviene. Y te observo, a lo lejos, otra vez. Sueño con convertirme en la cerveza que tienes en la mano. Sueño que me quedo en tus labios y poco a poco te recorro la garganta. Sueño con convertirme en el aire para acariciarte la piel. Sueño con convertirme en la música para entrar por tus oídos y hacerte estremecer a base de susurros.

Te encuentro mirando hacia donde estoy yo. Apartas la mirada varias veces pero vuelves a mirar. No sé si es a mí o a la televisión de pantalla plana que tengo detrás.
Veo cómo sientes la música. Cómo sientes el ritmo. Porque lo sientes igual que yo... De igual manera. Nos comenzamos a mover de la misma forma inconscientemente y sintiendo la música a la vez, nos miramos.

Yo abandono el bar y te miro. Pero tú ya no me miras a mí. Tienes los ojos en otra dirección. En otra chica.

Te observo y me doy cuenta de que en realidad no eres tú. Tampoco el chico del otro bar eras tú.
Pienso en cuánta gente me habré fijado sólo porque me recordaba a ti.
Y entonces, no me importa todo lo ocurrido porque no eras tú.
Y mientras no seas tú, seguiré esperando... Por ti.
Por si un día apareces y eres tú, entre la gente.
Por si eres tú... Por fin.

- Camisas de cuadros, faldas de flores, miradas y ritmos. -

Comentarios

Entradas populares de este blog

En el centro.

Por escuchar tu voz.

Las batallitas.