Déjame decirte.

"Hablo de poner una canción en el tocadiscos,
 en bajito y poco a poco ir subiendo el volumen. 
Hablo de que el ritmo recorra todo tu ser desde la
 punta de los dedos de las manos hasta la de los dedos
 de los pies. Hablo de dar vueltas, de bailar sola faltándote
vida entre las manos. Hablo de dar vueltas, como él las da
en tu cabeza, sin ton ni son ni fin. Hablo de bailar en una
habitación a oscuras con un poco de luz. Y que esa luz no
sea nadie, sólo tú. Y hablo de que de tanto girar, él salga
volando disparado lejos de ti. Mientras el vinilo sigue girando
en el tocadiscos, el volumen ya está alto y tú te sientes mareada
 pero con vida entre las manos 
por fin."

Dejaría que enredaras tus dedos en mi pelo
y te perdieras por el pasadizo secreto de mis
piernas.

Dejaría que dieras vueltas por el laberinto de mi
lengua y bailáramos al compás de la
marea.

Dejaría de ser paz, parar vivir por ti en
guerra. Dejaría que me lamieras las heridas,
me mordieras las orejas y me besaras las
arrugas de hacerme vieja.

Dejaría de ser capaz de mirarte y no temblar
sólo por tenerte un poco más cerca. Por tener
tus manos grandes entrelazadas con mis manos
pequeñas.

Pon la música bajita, ven a la cama y empieza
a tocarme pieza por pieza como si estuvieras
creando una nueva canción jodidamente
brillante, como tú y yo,
al tocar mi piel con tus
yemas.

Déjame que te bese con la mirada desabrochándote
cada botón de la camisa, que me sonroje al verte
sonreírme o cuando se te pone carita de
tonto.

Déjame decirte que tus manos son ríos
que deben desembocar en mi cintura, que es el mar.
Que la luna está en mi ombligo
y sólo cabes tú en mi corazón.
Y nadie más.

Déjame decirte que hay sentimientos
imposibles de contar, besos en las mejillas que no te
doy porque ese no es su lugar.

Mis labios sin tu boca se encuentran más perdidos
que una aguja en un pajar.

Déjame removerte el pelo,
tocarte la barba y acurrucarme contigo.
Contágiame los bostezos, las caricias
y los vicios por tu cuerpo.

Convierte el azul en un color cálido
y protégeme del invierno.

Cúbreme las espaldas para después
besármelas con detenimiento,
agárrame de la mano
y llévame a enfrentar juntos
nuestros miedos.

Y déjame por último decirte,
sin remordimientos aparentes,
que me pones de los nervios
cuando apareces por mi
mente.

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