El joven.

"Cantar canciones de siempre, bailar un rock and roll,
 reír, ... Cuando vives, vives.
Y cuando dejas de vivir, recuerdas y 
escribes."

Le encontré al fondo del bar,
donde las almas en pena
buscan corazones
rotos de los que aprovecharse
y hacer un par de rotos
más.

Tenía la mirada triste
y sus ojeras eran dos piscinas
sin color, como si fuera
un día gris y como si ese gris,
tras varios intentos,
fuera ya el final.

Miraba hacia el fondo
de la botella de cerveza,
tal vez intentando hallar
en su interior una
respuesta.

Pestañeaba al ralentí
y susurraba continuamente
algo en tono bajo hacia sí.

La camarera no le quitaba
los ojos de encima como
si fuera el postre más
delicioso de toda la
pastelería.

Seguramente estaría soñando
despierta, a la par que
servía a los clientes,
con pasarle la lengua
por los labios
y morderle la oreja.

Tenía la piel de huracán
y labios de tormenta
que despeinaba
a toda mujer que se le
quedaba mirando.

Yo en pleno vendaval,
aún le seguía observando,
con el reloj parado entre
las manos.

No quería que avanzara
el tiempo, por eso
detuve la música
del baile de las horas.

Éstas se quedaron como
estatuas,
y yo seguí con mi ancla
clavada en aquel joven,
observando cómo
bebía cerveza.

Y si así bebía cerveza,
cómo debería besar,
me preguntaba
cada vez que alzaba
la botella para
darle un trago.

Cómo se llamaría
aquel joven que
me tenía hipnotizada.
Cómo se llamaría,
me preguntaba.

Una voz silenciosa me
susurró "pregúntale
al café". Y qué café,
pensé yo. Si estoy de
madrugada.

Mientras él bebía
y yo esperaba,
mientras el tiempo
no avanzaba,
los relojes estallaron
y la arena acabó
convirtiendo el bar en
una playa.

Estallaron a la vez
los cristales de todas
las botellas a cámara lenta.
Habían sido las sirenas,
le querían conocer.

Se liberaron de sus jaulas
de cristal y se acercaron a
observarle desde más cerca.

Las venas de las manos
le sobresalían por encima
de la piel y mostraban que
tenía el corazón
acelerado.

Un sudor frío resbaló
por mi frente y una mano
delicada se deslizaba por
mi piernas,
sin querer.

Me centré en la caricia
y observé cómo el joven
desaparecía como el humo
de un cigarro.

Desperté y el día estaba gris.
Recordé que la noche anterior
sus labios me habían inspirado y
pillado por
sorpresa.

Y ahora por fin despierta,
comprobé que
había estado soñando.

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