Te conozco.

Todos hablan pero no saben lo que dicen.
Y tú callas, mientras me miras pensando en
que no sabes nada sobre mí.

Yo tampoco lo sé.
Tampoco me conozco muy bien,
si por una vez te soy sincera.

Pero a ti sí, a ti sí te conozco.
Conozco tu pasión por el mar y las estrellas,
por las leyendas y también conozco la libertad al pronunciar tu nombre.

Conozco el dulzor de la miel de tus ojos,
el verde de todos los bosques que hay dentro de todos tus planetas
que forman un universo.

Conozco el azul intenso del mar que baila en calma acompasando el vaivén de las olas
con los latidos de tu corazón,
que atardece cada tarde a las siete desde el día de tu nacimiento.

Conozco las dimensiones de tu espalda, cálida y suave como la arena de un desierto
y también conozco el pozo de tu ombligo.

Conozco los caballos que te galopan en el pecho, como corceles indomables
fieles capaces de refutar la teoría del aleteo de una mariposa,
provocando una catástrofe en la otra punta del mundo
como cuando me descolocas el corazón con tu prosa.

Conozco la luz de tu optimismo y también conozco tus brazos,
que son faros a los que busco como si fuera un marinero indefenso,
perdido entre un mar de gigantes en busca de su hogar,
que es tu cuerpo.

Conozco a tu alma viajante y exploradora.
Productora, guionista y protagonista de todos tus sueños.
Y también conozco muy bien a tu poder de salvar el mundo,
porque podrías detener tanques de combate con ponerte delante
y mostrarles tu sonrisa.

Conozco tu amor por el cine y la fotografía,
y los disparos de tu retina en formato Polaroid.

También tu manera de ser cable y tren.
Y aunque diga que te conozco,
aún hay planetas de tu cuerpo que no logro conocer.

Te escondes en distintos recovecos a los que no consigo acceder
y te deslizas sobre tus palabras escondiéndote tras sus sombras;
haciendo que lo que más conozca de ti sea tu café.
Que es el que me quita el sueño cada noche
e invita a Morfeo a viajar a lugares de los que no quiere volver.

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