Todas las canciones me recuerdan a ti.

Todos los trenes me recuerdan al mismo en el que te vi marchar.
Tu mirada estaba cansada y perdida,
despistada entre los vagones y la multitud.

Tu boca impaciente por perder de vista a la mía,
tus manos buscaban perderse entre otras ruinas,
que no fueran las mías.
En ellas ya no había nada que pudieras arreglar.

Todos los hombres por la calle me recuerdan a ti,
porque me miran como ahora me miras tú.
Ya nadie me mira como antes lo hacías.

No recuerdo tu olor ni siquiera el tacto de tu piel,
tampoco qué era abrazarte al atardecer.

No me acuerdo de tu risa ni cuántos lunares escondías,
ni cuántos segundos por un beso tuyo perseguí.

Ya no te echo de menos, aunque a veces admito que sí.
Cuando el viento me sopla en la nuca y no eres tú.
Cuando la calma me proclama la guerra y no estás en mi habitación.

A veces lloro por ti en la barra de un bar y me acuerdo de lo que era quererte
mientras suena una canción.
Curiosamente, todas las canciones me recuerdan a ti.
A esa que decías que era de los dos.

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