El día que Murcia me pareció Berlín.

Me gustaría hablarte del día que Murcia
me pareció Berlín, porque a veces
te escribo como si me fueras a leer
sin caer en la cuenta de que
no quiero que lo hagas nunca.

Nunca, ni aunque yo te lo pida
porque jamás te lo pediré.

Sé que los jamases nunca se cumplen
y que tus para siempre murieron
antes de vivir, pero leerme
supondría nuestro fin
y prefiero verte bailar de aquí
para allá buscándome y volviéndome
loca.

La cordura nunca ha estado entre mis planes
si tú no eres la cuerda que sujeta
y ata mis palabras, para que no echen
a volar con este viento que ha traído
el inicio de la primavera.

Aquel día Murcia me pareció Berlín.
Íbamos todos a contrarreloj y
nos sentimos tan libres...

Corrimos tanto cuando la policía
nos abrió el paso, que parecía
que se hubiera caído el muro
delante de nuestras pupilas.
Así lo imaginé,
sentía que el corazón se me salía
de las órbitas.

Corrimos hacia la acera de enfrente
con todas nuestras fuerzas,
y con los pulmones a punto de salírsenos
por la boca.

Aquella tarde había desfile. El desfile
del bando de la huerta murciana,
el más grande de abril.

Recorría la ciudad desde la otra parte
del puente, cruzando el río Segura, un desfile lleno
de bandas de música, carrozas, danzantes,
cabezudos y gigantes envueltos en
trajes de colores vivos.

Las calles estaban cortadas y no podían
atravesarse sin alterar la cabalgata.

No estabas allí, conmigo,
agarrándome de la mano con todas
tus fuerzas. No estabas mirándome,
ni sonriéndome. No sé dónde estabas.

Aquel día Murcia estaba repleta,
sus calles parecían océanos de personas
y cómo iba yo a encontrarte entre todas ellas.

Al otro lado de la calle, tú no estabas
esperándome con los brazos abiertos.
Tampoco hablándome en otro idioma.
Tú no estabas. A pesar de yo haberte estado
buscando por todas las calles y balcones.

En todas las iglesias y en las pupilas dilatadas
de los que iban colocados. En el olor a cigarro
y alcohol de los que iban borrachos.

Habría gritado tu nombre,
pero tú no me habrías escuchado.

Aquel día Murcia me pareció Berlín,
y ojalá hubieras estado esperándome
al otro lado del desfile,
hablándome en un alemán inventado.

Creo que nunca más volveremos a vernos
y cada vez me pesan más tus pasos
por el avanzado tiempo.

Nunca antes había pisado suelo español
creyendo estar entre extranjeros.

Aquel día Murcia no llevó tus ojos,
pero me dejó un clavel rojo y un mapa
hecho a mano por mi abuelo y sus recuerdos.

Aquella Murcia alemana
siguió siendo hermosa.
Hasta sin ti.

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