El mar.

Ella siempre decía que el mar había que mirarlo siempre como si fuera la primera vez. Con la intensidad en los ojos. Y a veces cuando miraba a sus ojos mientras contemplaba el mar, podía ver cómo algunas lágrimas querían escapar de sus ojos para encontrarse con él. Quizá sus lágrimas saladas querían regresar al lugar de donde surgieron. A su hogar. Creo que todos llevamos un trozo de mar dentro de nosotros.

A ella le gustaba ir a ver el mar. Le gustaba mucho. Pero prefería ir sola porque eso le hacía nadar en sus propios pensamientos. Y le gustaba sumergirse en ellos, nadar hacia la boya y volver... A veces también le gustaba naufragar cuando quería salirse de sus propios pensamientos marinos y dejar de pensar.
Decía que cuando miraba a las olas alejarse, adentrándose hacia mar adentro, ella se iba con ellas y se perdía. Aunque no estaba perdida del todo porque estaba arropada por las olas, y se sentía como en casa. Abrazada por las olas y más tarde por el mar en calma, aquel que había dado esperanzas un día a tantos marineros para volver a casa y encontrarse con el amor de sus vidas. Y decía que se volvía a encontrar cuando las olas volvían y rompían contra la orilla. Eso le hacía suspirar... Creo que hasta le hacía feliz.

También le gustaba ir sola porque ponía su atención en escuchar el sonido del mar y las quejas de las olas al hacerse daño contra las rocas... Ella oía eso... No le hacía falta caracola... Ella oía al mar.

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